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Aquella Pequeña y Fea Hebra

Estos son unos de esos días en que logro odiarme.
Logro odiar aquel episodio de mi vida. O, tal vez, aquella dedición que trajo tantas y tan angustiantes consecuencias.
¡Cuántas horas pasé esta semana imaginando, futilmente, cómo sería mi vida si pudiese cambiar aquella decisión, aquel episodio, aquella frase!
Pura pérdida de tiempo, pero necesidad imperiosa del corazón de buscar una suerte de auto redención.
Posiblemente sea sólo una más, de tantas otras veces en que me reprocharé, me acusaré, me castigaré. Me miraré al espejo y no quedaré alegre con algunos de los rasgos que encuentro. Muy humano.
Recuerdo un capítulo de Star Trek: The Next Generations en donde Picard tiene la oportunidad que en mi corazón anhelé tanto en estos días.
En un estado entre la vida y la muerte, Picard es tomado por una entidad alienígena casi omnipotente y le ofrece la posibilidad de rectificar algún error grave de su vida. Él toma la oferta y se ve transportado al pasado, cuando era un oficial recién salido de la academia y, de puro orgulloso y omnipotente, se traba en una lucha absurda con unos alienígenas sumamente violentos que le atraviesan el corazón con una daga. A partir de allí necesita utilizar un corazón artificial y es, justamente, una falla en este corazón lo que lo tiene al borde de la muerte. Picard cambia su historia y, en esta segunda chance, elude la lucha y continúa con su corazón orgánico intacto. Problema resuelto. El problema resulta cuando es devuelto al tiempo actual. Ya no es el capitán del Enterprise, apenas un gris oficial de bajo grado. Parece que su carrera ha sido mediocre y vacilante. Aparentemente, al no haber pasado por la experiencia de mirar a la muerte a los ojos, todo su carácter se vio hondamente trastornado. Se vuelve alguien timorato, asustadizo, incapaz de progresar y lograr sus metas. Alguien completamente correcto pero intrascendente.
Nuevamente tiene la posibilidad de volver a su pasado y Picard decide recuperar su vida. Comete, una vez más, aquel “error” ingenuo de juventud y recupera todo lo perdido.
Al final del capítulo comenta algo así:
“Sentía que mi vida era un tapiz hermoso. Pero en él había una pequeña y fea hebra que arruinaba en parte todo el diseño. Lo que no sabía era que, cuando arrancase esa pequeña y fea hebra, todo el tapiz se iba a deshacer en mis manos. Le debo mi agradecimiento a quién me enseñó esta lección”
Yo no sé que pasaría si arranca algunas de esas pequeñas y feas hebras. Lo que sí se es que lo mejor que puedo hacer es perdonarme, reconciliarme con mis viejas opciones, aceptarme, amarme, aprender de mis errores y jamás renegar de quién fui ni de quién soy. Amo mi tapiz y no lo quiero deshacer.
Gracias por estar ahí y compartir conmigo estas pequeñas reflexiones sobre pequeñas hebras. Espero, de corazón, que a ti también te sirvan.

2 comentarios

Blanca -

Creo que fue una de las mejores historias que haya visto. Y me sentí identificada, si bien en mi vida no hubo ningún hecho que lamente que no me haya dejado algo bueno... aunque más no sea una lección aprendida para no cometer ese mismo error dos veces.

Y para, si ella me lo permite, poder compartir esas lecciones con mi hija.

Jorge -

Bueno...
Quizás el máximo valor y esfuerzo en la vida de uno es el de aceptar su propio tapiz. ;-)